Binomio fantástico. Relato: Emojis de berenjena.

Hola, lectores de este mundo y escritores perdidos. No mintamos, yo no escribo aquí si no es para dar anuncios o porque me he equivocado, pero hoy vengo con un relato. Es corto, es intensito, tiene un narrador que me encanta y me apetecía compartirlo.

Si me seguís en twitter, ya sabréis que llevo unos meses asistiendo a un taller de escritura. Es una experiencia que os recomiendo, sobre todo cuando parte de las clases consiste en la lectura en voz alta de tus propios relatos o de las tareas que te manden. Te expones, te critican, corriges, mejoras, pierdes la vergüenza.

La tarea que hicimos esta semana consistía en emplear la técnica del binomio fantástico, de Gianni Rodari. Esta técnica propone la asociación de dos ideas aparentemente sin conexión alguna. Al tener que usar sí o sí dos conceptos concretos, no tenemos más remedio que usar nuestra creatividad para crear conexiones y explorar ideas que difícilmente habrían surgido de otra forma.

Si queréis probarlo, os recomiendo (tal y como me enseñaron en clase, no es que esto me lo saque yo de la manga) que os hagáis una lista, que juguéis, que probéis varias combinaciones. Escribid objetos cotidianos, por un lado, y sentimientos o sensaciones, por otro. 

Y ahora, os dejo con el relato (disponible, junto a otros, en Lektu).

Emojis de berenjena

Es la tercera noche que vienes aquí esta semana. Nadie te invita a quedarte, nadie te dice lo contrario. Te dejan estar, te dejan hacer. Pides una caña, para empezar, para ponerte a tono. Yeray levanta una ceja y te la sirve. No va a negarse, no puede. Ni aunque te viese por los suelos dejaría de servirte una gota de alcohol.

—Esto está muerto hoy —te advierte.

—Ya se animará. —Ya lo animarás.

Te haces un hueco en la barra. Ni demasiado céntrico, ni demasiado apartado. Cerca de la ventana, cerca del grifo. El humo de un cigarrillo te da de lleno en la nariz. Buscas con la mirada el origen: un tío alto de rizos morenos fuma tabaco de liar mientras juega a las cartas con una mujer. Aspiras, con la esperanza de oler algo de la podredumbre alquitranada del pitillo. Y te llega, claro que sí, pero no es lo mismo. No es tu marca. No pienses o querrás volver a fumar.

Alguien más ha entrado en el bar, pero Yeray tiene razón, está muerto. Sacas el móvil y mandas unos cuantos mensajes. Puede que demasiados. Qué más da. Te basta con que respondan dos o tres. Y con que se traigan a sus amigos, a sus conocidos. Que se traigan a sus abuelas si les da la gana.

Pides otra y otra más. Poco a poco, el sitio se va llenando. Yeray le hace un gesto al nuevo camarero, que te pasa unos chupitos cortesía de la casa. Los repartes entre tus colegas. «¿Qué celebramos hoy?», pregunta uno de ellos. Le quieres partir la cara. Porque el único que no celebra nada eres tú. No hay cumpleaños, no hay boda, no hay despedida ni cena de empresa. Solo la calle, el alcohol en tu garganta y la esperanza de volver a sentir algo.

Vuelves a la barra. Hace un momento te estabas riendo y ahora no puedes ni verlos. ¿Quiénes son? ¿Por qué sigues saliendo con ellos? ¿A cuántos de esos te has tirado? Desbloqueas el móvil. Abres la cámara frontal. Irene aparece por detrás y se une a tu selfie. La subes a Instagram Stories. Hashtag reencuentros. Hashtag contigo como con ninguna. Hashtag juernes. No es triste si no estás solo.

Pronto llegan las respuestas. «Wapoooo 😉», «¡Joder, si estoy al lado!», «Ehhhh, vosotros sí que sabéis». No es triste si no está solo. Tu ego se recupera, no sabes de qué o no quieres admitírtelo, pero se recupera. Le pides al nuevo un ron-cola. Es buena hora, ya volverás a la cerveza cuando quieras bajar el ritmo.

Sales a tomar el aire. Dices que vas a tomar el aire, pero sabes que no es así. Atraviesas la puerta del bar y respiras el humo de los fumadores de la terraza. Olfateas. Como un sabueso, como un buitre. Hasta que das con lo que buscas. No es tabaco de liar, no es un purillo tampoco. Es rubio, delgado y estirado. Te acercas y le pides uno.

—Creía que lo estabas dejando —te dice.

Te conoce. Eso pone las cosas fáciles.

—Lo repito cada mañana, tío —bromeas. Se ríe. Te ríes.

—Hace tiempo que no te veo por la mañana.

Sonríes, dejas ver tus dientes afilados de chacal. Aarón, crees que se llama Aarón, se acerca y te enciende el cigarrillo. Inspiras, saboreas, dejas que el humo caliente tu boca. Se parece a lo que buscas. Se parece lo suficiente. Te aproximas, rozas su antebrazo y posas tu mano en la suya. Un apretón. Has dejado claras tus intenciones, pero nunca está de más insistir. Echabas tanto de menos ese sabor.

—¿Sigues viviendo en el mismo piso? —pregunta.

Niegas. Puede que sí, puede que no, pero niegas, porque eres incapaz de ubicarlo en un tiempo o un espacio concreto, pero sabes dónde quieres ubicarlo ahora mismo. Sus labios juguetean con los últimos milímetros del cigarrillo. Tú has acabado el tuyo hace unos minutos, con ansia, porque hacía meses que no probabas uno de estos. No es tu marca favorita, pero es rubio, delgado y estirado.

Le haces un gesto y te acompaña dentro del bar. Ahora está lleno. Todo el mundo te conoce. Miras a Yeray con complicidad. No eres su relaciones públicas, pero has vuelto a llenarle el local, como haces siempre. Te pasa las llaves del almacén con discreción. En algún momento has agarrado la mano de Aarón, casi puedes asegurar que se llama así, y no la has soltado. Lo conduces hasta el fondo, al lado de un escenario vacío. Irene te guiña un ojo cuando pasas a su lado. Mañana te pondrá un whatsapp con berenjenas, melocotones y unos cuantos guiños, y luego no la volverás a ver en un mes.

La puerta del almacén se resiste, pero le pegas un empujón con el hombro. Aarón abandona su copa encima de alguna caja mientras tú vuelves a cerrar con llave. El sitio apesta a polvo, a humedad y a arrepentimiento. Le pones las manos en el cuello y le comes la boca. Deslizas tu lengua entre sus labios, dulces, pegajosos. Tanteas, papilas contra papilas, buscando ese sabor que tan bien conoces. Te excita, te consuela. Su cuello huele a colonia de supermercado, a la que se echó hace horas.

Se desabrocha el cinturón y metes la mano en sus pantalones. No notas ni un mísero pelo en la piel de sus nalgas. ¿Pero cuántos años tenía? ¿Por qué sigues haciéndote esto? Recorres sus mejillas lentamente y aprietas ese bultito nudoso entre sus piernas. Un gemido ahogado lucha por salir de entre sus dientes. Se da la vuelta y notas su cuerpo en tu erección.

El paquete de tabaco cae de sus pantalones, rebota contra el suelo de hormigón y aprovechas para mirar la marca. Claro que no es la misma. ¿Qué esperabas? Te excita, te consuela, pero cada vez menos.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

¿Habéis adivinado el objeto? ¿Y el sentimiento? Creo que no he sido muy sutil, pero admito interpretaciones. Este relato lo tendréis pronto (menos de lo que me gustaría) junto a otros textos en Lektu (UPD: ¡ya está!), ya me encargaré de eso, pero, de momento, podéis seguir leyéndome en twitter o ver qué hago y dónde veo el atardecer y todas esas cosas intensitas en instagram.

Un saludo. Nos leemos.

Acerca de manu_ortizb

Manu, fanboy metido a escritor, metido a fanboy y viceversa tres veces más. Biólogo. Del Sur/Sureste y con raíces atlánticas. LGBTQ+.
Esta entrada fue publicada en entrada, Relato. Guarda el enlace permanente.

Una respuesta a Binomio fantástico. Relato: Emojis de berenjena.

  1. Pingback: “Escena de una conocida película”: ¿Cómo escribir intensito? (y un anuncio al final). | Los árboles hablan latín

Deja un comentario